Secuelas de la "normalidad" al terrorismo de estado.



Nos fuimos acostumbrando un poco a la vida que nos impusieron desde el 19 de abril. Andar con cuidado, no salir fuera de la isla, no comentar mucho. Pero el terror me llegó en octubre, cuando el miedo me alcanzó junto con la labor de parto.

 El estrés y las preocupaciones durante todo el tiempo de resistencia nacional me habían hecho olvidar que mis hijos anteriores nacieron con complicaciones. Me llevaron de emergencia hasta Managua y pasé tres días sin tocar el celular. Mi esposo me lo guardó por supuesto miedo a cortarme la vista, pero la preocupación creo fue más por que no viera lo que pasaba. De no haber sido por una de las que reposaban en la misma sala, que me dijo "los paramilitares ya están en la isla" entonces recordé que cada vez que mis hermanos me llamaban para preguntar cómo salí, les escuchaba un tono muy preocupado. Una impotencia me llegó y la incertidumbre. Debo aceptar que, eso pudo más que la bendición de que mi niña salió bien de una cuidadosa recuperación.

La siguiente semana fue casi como vivir otra vez los acontecimientos más duros en Masaya y Managua. El miedo y la impotencia, esta vez invertido, yo estaba en Managua imaginando un mil cosas y pensando en muchas personas que aprecio. Sólo sabía que las más involucradas estaban tratando de escapar.

 Pensamos en la posibilidad de irnos a Costa Rica, o a la tierra natal de mi suegro en el triángulo minero. Pero la situación económica actual no nos lo permitió. Tampoco el año escolar de mis otros dos pequeños. Al final, después de rumores y decires mi esposo y yo, aseguraron algunos familiares que tienen sus asuntos en la política local, no estábamos catalogados como cabecillas. Así que, diez días después regresamos a nuestra casa en una de las comarcas de Moyogalpa. El miedo en la gente lo percibí cuando, después de llegar en el último barco nadie llegó a recibirme (cosa que mi familia acostumbra) cuando voy de visita al triángulo, a comprar a Managua o con los dos partos anteriores.

Un silencio triste en la calle, los chavalos ya no juegan, ni las parejitas llegan al parque. Los pocos vehículos que vemos pasar son los de gente extraña y funcionarios públicos. Un día, mientras me encontraba en Moyogalpa en atención post natal, los vi pasar. Con arrogancia intimidante, todos los que estábamos ahí, hicimos como que no los vimos. Pero no pude dar un paso del miedo, en todo el día no pude dar pecho. Los 40 días me sirvieron para no demostrar ese miedo que, los perros perciben antes de atacar. Lo pasé disimulando encerrada en casa, esperando que se fueran. No podía hacer más que eso.

 La calma volvió un poco y ya la gente no tiene tanto miedo. Los veo andar más en la calle. Pero me han comentado, que los perros andan sueltos en la zona del maderas. No nos queda más que, pedirle a Dios nos devuelvan nuestra tranquilidad yéndose y no tener la desdicha mientras tanto de cruzar caminos.

Teresa.

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